Las personas y los agentes económicos de los países industrializados dan por sentado el hecho de tener «al alcance de la mano» un recurso esencial como el agua potable. No obstante, la aparente simplicidad es, quizás, inversamente proporcional a la complejidad que le precede. En la actualidad, millones de personas de todo el mundo pueden consumir agua de forma segura, gracias a los extraordinarios avances tecnológicos y científicos, perfeccionados a lo largo de décadas.
Sin embargo, esta facilidad plantea cuestiones relacionadas con la sostenibilidad de este recurso. Es una evidencia científica que existe una escasez de agua dulce como elemento natural y una presión cada vez mayor sobre los recursos hídricos. Por tanto, es cada vez más esencial que este elemento vuelva a la naturaleza después de su uso y tratamiento, usando medios tecnológicos sofisticados, ya sea en el contexto de un uso social o industrial. Esta es la única forma de compensar la captura directa de este elemento de la naturaleza, que, a pesar de ser un ciclo largo, lento y complejo, garantiza la sostenibilidad de algo esencial para la vida.
A pesar de la extraordinaria evolución en este ámbito, queda un largo camino por recorrer para garantizar la universalidad del acceso. Si nos fijamos en los datos actuales, según UNICEF y la OMS, hay más de 2,2 millones de personas, es decir, más de una cuarta parte de la población mundial, que siguen sin tener acceso a agua tratada. Por lo tanto, está lejos de ser un beneficio para todos.
La relevancia de la cuestión llevó a la ONU a reconocer, en 2010, el agua como un derecho humano, independientemente de la condición social, económica, cultural, de género o étnica. Reforzando este propósito, en el ámbito del establecimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, esta organización asumió el objetivo de «Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos», que deberá alcanzarse en 2030.