La revelación de un elemento sorpresa

Verdoso. Este es el significado de la palabra griega khlorós, que dio nombre al elemento químico natural con el símbolo CI 17, uno de los 100 que forman la estructura de nuestro planeta. A pesar de ser el 21.º elemento químico más abundante en la corteza terrestre, el cloro es raro en su forma libre y se encuentra en la naturaleza combinado con otros, principalmente como el cloruro de sodio. Sí, ha leído bien, su compuesto más común es la sal de mesa común, conocida desde la antigüedad, con pruebas arqueológicas de que ya se usaba hace más de ocho mil años.

Sin embargo, el cloro en sí, junto con sus propiedades fundamentales para la civilización humana, solo fue descubierto mucho más recientemente. Oficialmente, en 1774, aunque en 1630 el gas de cloro ya había sido sintetizado por primera vez en una reacción química, en los experimentos alquimistas del químico belga Jan Baptist van Helmont, que no notó su importancia.

Hubo que esperar más de 140 años para que, en un pequeño laboratorio, el farmacéutico sueco Carl Wilhem Scheele vertiera unas pocas gotas de ácido clorhídrico en un pedazo de dióxido de manganeso y, en segundos, apareciera el gas amarillo verdoso.

Al resultado de esta reacción: MnO₂ + 4 HCl → MnCl₂ + Cl₂ + 2 H₂O lo llamó «aire de ácido muriático desflogisticado», ya que era un gas que provenía del ácido clorhídrico (hasta entonces conocido como «ácido muriático») y que él había liberado según la teoría flogista. Sin embargo, no identificó el cloro como un elemento, creyendo incorrectamente que era un óxido obtenido del ácido clorhídrico, al cual llamó muriaticum.

A pesar de que no tenía idea de que había descubierto el cloro, por el hecho de ser el primero en estudiarlo y observar varias de sus propiedades, como el efecto del blanqueamiento en la prueba de Litmus, el efecto mortal en los insectos, y el olor similar a agua regia (una mezcla ácida capaz de hacer solubles los metales), Scheele es considerado hoy en día responsable de su descubrimiento.

El descubrimiento de que ese gas verde amarillento no era solo un compuesto de oxígeno, sino un elemento químico natural que suele ser el resultado de la oxidación directa o indirecta por oxígeno, solo surgió varias décadas después, gracias a los trabajos del químico británico Sir Humphrey Davy. Fue él quien, en 1810, sugirió la denominación de cloro, inspirada en la palabra griega.

Al ser un elemento muy reactivo, en la naturaleza el cloro generalmente se encuentra ligado a compuestos como el sodio, el potasio y el magnesio y cuando se aísla se transforma en un gas 2,5 veces más pesado que el aire, aunque sea (después del flúor) el segundo más ligero de los elementos halógenos, a cuya categoría pertenece. Asume el estado líquido a -34 °C y se transforma en un sólido cristalino amarillento a 103 °C negativos.

El hecho de tener la mayor afinidad electrónica y la cuarta mayor electronegatividad de todos los elementos reactivos también hace que el cloro sea un fuerte agente oxidante y desinfectante, dado que tiene la capacidad de ligarse y destruir la superficie exterior de bacterias y virus. De hecho, su primer uso como germicida fue en 1847, en la sala de maternidad del Hospital de Viena, en Austria, para prevenir la fiebre puerperal que mataba a muchas mujeres después del parto.

Desde entonces, a lo largo de décadas de investigación, los científicos han aprendido a utilizar sus poderosas propiedades para hacer que el planeta sea más seguro para la humanidad, desde la calidad del agua potable que bebemos y con la que nos bañamos, hasta la destrucción de gérmenes peligrosos, pasando por la producción de medicamentos y equipos médicos que salvan vidas, la protección de la policía y de los bomberos durante su trabajo e incluso el abastecimiento de alimentos. Y no podemos olvidar que sin el cloruro de sodio no habría vida, porque este compuesto es el que evita que nuestro cuerpo se seque y nos permite mover los músculos. Además de darle mucho sabor a nuestras vidas.