Los mares y océanos ocupan aproximadamente el 71% de la superficie de la Tierra. Teniendo en cuenta este hecho, parece casi paradójico que haya dificultades crónicas para obtener agua. Algo parecido a una "fruta prohibida" que está delante de nuestros ojos, abundante, pero que no podemos disfrutar. Esto es tanto más cierto cuanto que, debido al éxodo de las poblaciones hacia las zonas costeras, fenómeno conocido desde los albores de la humanidad para garantizar mayores posibilidades de subsistencia, alrededor del 40% de la población mundial vive a menos de 100 kilómetros del mar y el 25% a menos de 25 kilómetros.
Se dice que "la necesidad agudiza el ingenio". En el caso del uso del agua del mar para el consumo, nada más cierto, y por eso, a lo largo del tiempo, como para satisfacer muchas otras necesidades básicas, el Hombre ha encontrado la forma de aprovechar todo ese potencial. Aristóteles fue uno de los primeros en advertirlo públicamente: el agua del mar puede ser útil para regar los campos y calmar la sed.
La sabia visión del filósofo era acertada, como se demuestra fácilmente. En la actualidad, más de 300 millones de personas en todo el mundo, junto con las más diversas actividades agrícolas e industriales, se benefician del suministro de agua de más de 16.000 plantas desalinizadoras en 150 países, que producen más de 86 millones de metros cúbicos de agua al día.
Son cifras contundentes que revelan el peso creciente de esta práctica en el orden mundial, tanto desde el punto de vista social como de las actividades económicas, ya sean agrícolas, industriales o incluso de servicios.